viernes, 8 de febrero de 2013

Luz, cámara, acción


Por Héctor Alvarez Castillo
  
Leí que los miembros de los pueblos primitivos temen que les roben el alma. Recordemos que Fausto y algunos de sus imitadores la han entregado voluntariamente; si bien, y no es dato menor, al momento de la elección gozaron de un esbozo de libertad. El inconveniente con los aborígenes de nuestra América o con los negros del África es que ellos saben que no tienen ni tendrán derecho a la elección. Están por debajo de esa consideración tan propia de las democracias. Alguien les roba el alma, la toma y se la lleva lejos, y ellos –los pueblos primitivos– jamás vuelven a saber nada acerca de su propio interior. Se quedan con lo externo, como una cáscara, y se habitúan (ellos mismos) a verse desde afuera y a deambular en el mundo como una proyección.
            De ahí el temor rotundo al poder de la cámara, al clic de la fotografía. Sospechan que no sólo se captura la imagen, sino que junto a la imagen va el alma. Terror semejante los azota ante los espejos. Aunque en esas experiencias han aprendido que con un leve movimiento pueden hacerse a un lado y restarle dominio a esa magia.

Leo, leí, que nuestros suspicaces y astutos políticos-gobernantes –tanto de naciones vecinas como lejanas– también saben del poder de la cámara. Ridiculizan, mirando hacia un costado, a los primitivos, pero en la intimidad, entre sus secuaces –llámense colaboradores– reconocen el don de la imagen. Es por eso que desesperan por la obtención de una foto. Si huelen que alguien está un escalón más alto, se desesperan por una instantánea, aunque meses después es probable que deban alimentar una fogata con ese recuerdo. No interesa su prontuario, (disculpen el exabrupto), su curriculum. Son capaces de pagar por ella. Y ocultan la paga como Judas ocultó sus denarios. Y a su vez –la pirámide es de ida y vuelta– cobran cara su propia imagen cuando es a ellos a los que, otros escaladores, les ruegan el favor.


            Fotos, fotos, fotografías, con éste o con aquél, concitan la gracia, alzan las encuestas y, por magia, trastornan la realidad. Pero nunca la transfiguran. El hombre –más que la mujer (ahora también la mujer)– es prisionero de la imagen. La imagen es concebida como el argumento que da consistencia al discurso vacío de sentido. La foto revelada es la verdad revelada.

            No demos vueltas –ahora que lo aceptamos– nadie regala su imagen. En la foto está el alma. Y ellos lo saben, como lo intuían desde el comienzo de los tiempos nuestros humildes primitivos. En sus discursos se elevan altas creaciones de la sofística y la retórica, pero una foto abre puertas que sólo la llave del misterio conoce. Tapas de diarios, noticieros, reportajes, un huracán de posibilidades nace de una foto. Antecedentes, citas, agendas, son sólo palabras emparentadas a una oportuna fotografía. Y siempre va el alma en ellas.

 
Sáenz Peña, julio de 2008
Del libro "Naif. Del Juego a la Literatura"
Alvarez Castillo Editor, Buenos Aires, Argentina, 2013
Editoriale Giorni, Roma, Italia, 2013. Edición bilingue italiano/español, a cargo de Marcela Filippi Plaza