viernes, 7 de febrero de 2014

Éxodo

No las necesito dije yo, el viaje es tan largo que moriré de hambre si no consigo algo en el camino. No hay provisiones que puedan salvarme. Porque se trata, afortunadamente, de un viaje en verdad inmenso.”


Mi destino,
Franz Kafka
  
  Estamos perdidos. Fue un largo día de lluvia lo que nos hizo difícil andar por las calles. Sólo llevábamos con nosotros algo de equipaje, rescatado de las madrigueras. Éramos muchos, pero la historia siempre era la misma: podíamos empezar por cualquier sitio, que la narración se iba semejando palabra tras palabra, línea tras línea.
  Dormito a ratos y, cuando despierto, deseo hablar y no sé con quién hacerlo. Tengo cosas que confesar y el estado en el cual vivo no me permite intentar más que algunas sílabas; me siento impedido para tener otros pensamientos. Ellos deben ser presas de reservas similares, padecemos esto como si la condición no nos incumbiera, todo lo que acaece parece suceder fuera de nosotros, ajeno a nuestro dominio.
  Podremos esmerarnos en hallar una explicación superior a la que tenemos, pero eso es otro asunto, nada de lo que intentemos cambiará la verdad, y en nuestro interior sabemos que esta justificación, si no estaba en los libros, al menos la hemos oído en una función de teatro, visto en alguna película, leído en un boletín. Aún no tuvimos ocasión de discutir cómo se gestó, qué generó este escenario, pero intuimos que sobrarán las horas para deliberar acerca de estas cuestiones. Éste no es el momento; el día llegará y seremos menos. Los meses de frío, con el viento que nos congela las narices y esta comida que nos da hipo, harán el resto, sin que nuestra voluntad tuerza la fatalidad sobre la cual hoy se desliza nuestra existencia.

  Estornudé toda la tarde, otros a mi alrededor hicieron lo mismo. Lo extraño fue que, sin conocernos, nos saludábamos con afecto; perros que en un baldío mueven la cola, que ahuyentan el peligro y se echan, uno a la par del otro, para conservar el calor. ¿Será esta aflicción inmensa lo que nos persuade a intimar entre desconocidos? 


  En el futuro si levantamos la frente ya no será en señal de orgullo, ni por antiguas costumbres. Quizá, a partir de mañana, iremos transformando ese pasado, sus símbolos y sus gestos, y el recuerdo de hoy será un recuerdo más. Debimos estar preparados para esto. Lo que sucedió es lo que presentíamos hace años; las revistas y periódicos venían anunciando los cambios, los oíamos, podíamos hacernos una idea, pero confiábamos en que ese destino aciago se diluiría como un licor en la sangre.
  Ahora es tarde, en realidad fue tarde desde que apareció la televisión. Con ella se apuraron los tiempos, el camino se dirigió hacia un vasto precipicio. Yo lo dije en una reunión de amigos. Ellas no estaban, se habían quedado en casa, junto al fuego; tenían libros, libros propios, cuadernos de notas, apuntes. Tiempo atrás habían comenzado a leer. Es cierto que, después de las jornadas, se acostaban a nuestro lado para descansar, pero ya no se abrazaban a nuestros cuerpos como antaño.


  Poco significativo es este relato, es hablar del ayer, de una sucesión de hechos que se ha desencadenado y de los que es imposible el retorno a un punto donde ni siquiera era imaginable tal situación. Nos han echado, una tras otra nos ha echado de sus hogares No soportaban más nuestras palabras, nuestros gritos, nuestro malhumor; no soportaban más aquellos hábitos que un día nos erigieron majestad. Se han quedado con lo que era de ambos. Ahora buscamos asilo. Los hijos varones marchan a nuestro lado. Temen que cuando crezcan sean como nosotros y, en prevención, los han mandado tras de sus padres, de sus hermanos mayores, de los abuelos que se quedaron, de aquellos que permanecen ocultos en una ajustada habitación. Los han corrido de su lado. No consideramos que esto sea lo correcto, pero debemos acatarlo; ellas tienen el poder y no titubean, no han titubeado antes.


Héctor Alvarez Castillo
Palermo, enero de 1994
Del libro: Metamorfosis