Por Héctor Alvarez Castillo
Leí
que los miembros de los pueblos primitivos temen que les roben el alma.
Recordemos que Fausto y algunos de sus imitadores la han entregado
voluntariamente; si bien, y no es dato menor, al momento de la elección gozaron
de un esbozo de libertad. El inconveniente con los aborígenes de nuestra
América o con los negros del África es que ellos saben que no tienen ni tendrán
derecho a la elección. Están por debajo de esa consideración tan propia de las
democracias. Alguien les roba el alma, la toma y se la lleva lejos, y ellos
–los pueblos primitivos– jamás vuelven a saber nada acerca de su propio
interior. Se quedan con lo externo, como una cáscara, y se habitúan (ellos
mismos) a verse desde afuera y a deambular en el mundo como una proyección.
De ahí el temor rotundo al poder de
la cámara, al clic de la fotografía. Sospechan que no sólo se captura la
imagen, sino que junto a la imagen va el alma. Terror semejante los azota ante
los espejos. Aunque en esas experiencias han aprendido que con un leve
movimiento pueden hacerse a un lado y restarle dominio a esa magia.
Leo, leí, que nuestros suspicaces y astutos
políticos-gobernantes –tanto de naciones vecinas como lejanas– también saben
del poder de la cámara. Ridiculizan, mirando hacia un costado, a los
primitivos, pero en la intimidad, entre sus secuaces –llámense colaboradores–
reconocen el don de la imagen. Es por eso que desesperan por la obtención de
una foto. Si huelen que alguien está un escalón más alto, se desesperan por una
instantánea, aunque meses después es probable que deban alimentar una fogata
con ese recuerdo. No interesa su prontuario, (disculpen el exabrupto), su curriculum.
Son capaces de pagar por ella. Y ocultan la paga como Judas ocultó sus
denarios. Y a su vez –la pirámide es de ida y vuelta– cobran cara su propia
imagen cuando es a ellos a los que, otros escaladores, les ruegan el favor.
Fotos, fotos, fotografías, con éste
o con aquél, concitan la gracia, alzan las encuestas y, por magia, trastornan
la realidad. Pero nunca la transfiguran. El hombre –más que la mujer (ahora
también la mujer)– es prisionero de la imagen. La imagen es concebida como el
argumento que da consistencia al discurso vacío de sentido. La foto revelada es
la verdad revelada.
No demos vueltas –ahora que lo
aceptamos– nadie regala su imagen. En la foto está el alma. Y ellos lo saben,
como lo intuían desde el comienzo de los tiempos nuestros humildes primitivos.
En sus discursos se elevan altas creaciones de la sofística y la retórica, pero
una foto abre puertas que sólo la llave del misterio conoce. Tapas de diarios,
noticieros, reportajes, un huracán de posibilidades nace de una foto.
Antecedentes, citas, agendas, son sólo palabras emparentadas a una oportuna
fotografía. Y siempre va el alma en ellas.
Sáenz
Peña, julio de 2008
Del libro "Naif. Del Juego a la Literatura"
Alvarez Castillo Editor, Buenos Aires, Argentina, 2013
Editoriale Giorni, Roma, Italia, 2013. Edición bilingue italiano/español, a cargo de Marcela Filippi Plaza