lunes, 3 de enero de 2011

Víbora del Desierto


Víbora del desierto



Vi el dibujo de una serpiente en la arena. Alerta, sólo exhibía la cabeza sobre ese desierto dorado que hervía en la hora más alta de su dios.
Su cuerpo se había mecido hasta enterrarse en un río que no es un río y que ahora era el laberinto que hace años nombró el poeta.
Las marcas, las líneas de su forma, eran el testimonio del cuerpo. Calentaba su organismo mientras se refugiaba de otros predadores que a semejanza de ella aprovecharían un descuido para hacerse de la presa.
No tenía otro destino que sobrevivir y trasmitirse de generación en generación. Extática parecía una efigie de piedra.

No oí el ruido de caravanas de viajeros ni mercaderes. Ni vi los guerreros que desafían la luz. Sólo contemplé ese rostro y esos ojos de sangre fría.

Desperté entre las sábanas –era otoño– moviendo los dedos de una mano como si fuese una cabeza de reptil. Observé mis piernas quebradas de tal modo que entre los huecos que dejaban la tela plegada construía territorios blancos que emulaban un distante e infinito escenario.
Me dejé caer sobre las hojas secas que habían penetrado por la ventana. No atiné a ninguna palabra.


Santa Rita, diciembre de 2010

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