miércoles, 11 de noviembre de 2015

El peligro de la oposición

Por: José Hernández 






Editorial aparecido
el 20 de agosto de 1869
en el Nro. 13, del periódico 
El Río de la Plata



I


  La oposición es siempre útil a los pueblos y a los gobiernos, por más que muchas veces sea apasionada e injusta. Ella es un testimonio de la liberalidad de las instituciones y del respeto de la autoridad hacia los derechos que consagran.
  La lisonja o el aplauso irreflexivos corrompen la fuente de la verdad, y hacen el efecto de una venda puesta sobre los ojos del que camina al borde de un precipicio. De aquí el mal de la prensa oficial. Nosotros condenamos esa prodigalidad de los gobiernos que buscan defensores en la prensa a todo trance, y que creen que no pueden merecer justicia si no la compran a caro precio. Con una imprudente ligereza, y un infundado temor, esos gobiernos se cierran a sí mismos las puertas de la verdad, y privan a la opinión de los órganos que la ilustran.
  El elogio sólo puede satisfacer cuando es espontáneo porque ¿qué otra cosa pueden esperar los gobiernos de sus órganos, sino aplausos reiterados, cuando obran bien y cuando proceden mal?
  El concurso, a que deben aspirar los gobiernos republicanos, es el de la opinión, libremente manifestada, y este se adquiere, marchando siempre por una vía recta, y teniendo por únicos aliados la libertad y la justicia.
  Más sirve a los gobiernos la prensa opositora, que la prensa oficial, porque aquella señala siempre los errores y los escollos, mientras que ésta se empeña en facilitar el camino y en obscurecer la verdad que hiere y deslumbra.
  No faltarán nunca los gobiernos, apóstoles de la idea que aplaudiesen sus buenos actos y lo alentasen en la ruta del bien. ¿A qué, pues, buscar la dudosa sinceridad del aplauso interesado?
  Decíamos que la oposición es siempre útil y mucho más allí donde el error tiene sus sacerdotes, que se empeñan la más de las veces en hacernos comulgar con ruedas de molino.
  La exageración de la oposición en la prensa, se destruye por sí misma, como los glóbulos de jabón se desvanecen en el aire.
  No combatimos pues la oposición, no le negamos su razón de ser, y no podríamos negarla sin suicidarnos. Los derechos son solidarios y la máxima evangélica que aconseja no desear al prójimo mal que no querríamos para nosotros, encierra una profunda enseñanza moral.
  Los que combaten la libertad de prensa, los que desconocen hoy los preceptos del derecho y de la justicia, se exponen a ser mañana las víctimas de su injustificable aberración.



II

  Pero si es legítima, si es saludable la oposición, en los límites de la prensa, es profundamente perturbadora, cuando ella se convierte en su voz de alarma, en la bandera de guerra, que los círculos reunidos agitan con desordenado furor, sobre la ruina que ellos mismos labraron, y que hoy sirven de pedestal a la reacción que nos amenaza.
  La prensa independiente, libre del peso de los errores con que pactaron en todo tiempo los apologistas del poder, debe prevenir al desborde de una oposición así inspirada que quiere envolver al país de nuevo en las tenebrosas complicaciones de otra época infausta, en que obscurecidos nuestros horizontes políticos, nos vimos amenazados de una inminente conflagración.
  El mal ha ido retrocediendo, y la renovación legal del los poderes, bajo la impresión de sangrientos sucesos, vino a abrir a la esperanza el alma desencantada del porvenir.
  A tiempo arrebatábase de las manos de los caudillos la autoridad de que los invistiera la ley, y el país libre del peso abrumador, respiró un momento. Sísifo concibió la esperanza de subir a la montaña la piedra endemoniada.
  Nosotros estamos lejos de cantar hosannas a la nueva situación, cuyos errores advertimos y cuyo camino estamos interesados en facilitar.
  Buscamos la paz, la estabilidad y las garantías de una situación afianzada contra las complicaciones exteriores y la lucha anárquica que fermenta en el interior. Es ese el anhelo íntimo del país, el grito unísono de los pueblos debilitados y desangrados en esa larga carrera, en que los ha precipitado el impulso vigoroso de los sucesos.
  ¿Y acaso se llega a ese fin desprestigiando el principio de autoridad, fomentando la anarquía, y preparando el campo a la reacción sangrienta del pasado?
  Sangrienta, hemos dicho, y no deseamos vernos obligados a contar el número de cadáveres que el vértigo destructor de una política funesta ha dejado sembrados en cada una de las mil batallas, libradas para satisfacer el apetito de la vanidad insensata y de una ambición bastarda.
  Queremos, por el contrario, apartar la vista de ese cuadro sombrío, y solo invocamos las sombras del pasado, para aleccionarnos en el presente, para prevenirnos en el futuro.


 
III

  En esta situación vidriosa y difícil, que crea al gobierno la oposición del círculo vencido y agobiado por el peso de la opinión que le acusa, ¡qué camino se abre a la política del gobierno!
  La prensa guarda silencio sobre las cuestiones que suscita la situación especial del país ante el peligro de una oposición violenta y de una conspiración clandestina.
  ¿Dónde ha de buscar fuerzas el gobierno que aspire a la gloria del triunfo, en las cuestiones fundamentales de la organización social y política de la República flagelada?
  El gobierno debe buscar esa fuerza en los incalculables recursos que la opinión pone al servicio de los gobiernos que saben interpretar su mandato y dirigir la nave en las revueltas ondas de la política.
  Una política alta y generosa, conciliadora sin debilidad, protectora sin privilegios, de iniciativas, de mejoras y de progresos, es lo que necesita para vencer la crisis, es lo que reclama el país por medio de sus órganos caracterizados.
  Abordar la solución de todos los difíciles problemas sociales y económicos, dar seguridad a la vida, al derecho, a la propiedad, estimular el respeto a la ley, reprimir con mano fuerte el abuso de funcionarios despóticos, fomentar la industria, el comercio, eso es lo que necesitamos, ese antídoto contra las reacciones del mal.
  Así como la generosidad es el más noble castigo de la ingratitud, la práctica de la virtud es la derrota del vicio y de la inequidad.