Es probable que nos
hayamos abandonado a una molicie que nos hace peores personas de lo que en
verdad somos, sin que ninguno de nosotros mueva un dedo ni alce la voz. Debido
a esa actitud, nuestra colaboración en este nuevo proceso es casi nula, y no
dejo de notar que nuestra historia nacional merece un gesto que nos enaltezca.
Durante semanas y
meses, regresaba a mi casa, cenaba junto a mi familia y luego me retiraba al
living que hemos improvisado. Y ante la ventana, sentado en el sillón de la
sala, mientras bebía un café con la vista puesta en los árboles de la plaza, meditaba
hasta que me alcanzaba el sueño. En esa situación, en más de una oportunidad,
me despertó Irma para que fuera con ella a la cama, otras veces, me despabilé solo
llegada la madrugada. En esos días consideré una idea que, si bien aún no es
precisa -ronroneo alrededor de ella como un gato entre las piernas- en sus
detalles y en su realización está avanzada, y el fin que vislumbro es que como
sociedad alcancemos esa anhelaba meta de pobreza cero que hace años nos ofrendó
quien hoy es el primer hombre de nuestra república.
He pensado en varias opciones
-quizá este breve texto tenga como virtud que ustedes improvisen otras- de las
que saldrá probablemente la solución final a esta cuestión.
Si fuésemos pocos, una
embarcación librada a la deriva en medio del océano sería un final con un tinte
que hasta podría inspirar en el futuro, para el conjunto de las Bellas Artes, una
épica romántica celebrada por siglos. Sabemos que un inglés alguna vez escribió
sobre el suicidio como una de ellas. Pero no somos pocos, justamente ése es el
mayor inconveniente. Somos demasiados, sobramos, y ni en una flota de barcos de
notable porte entraríamos los que estamos de más. Abandoné esa chance y
reflexioné sobre otras. Los estadios de fútbol, esparcidos por todo el
territorio, me ofrecían el estímulo de pensar que de a miles, en distintas
tandas era posible librarse del problema -en Santiago una vez se probó con algo
parecido, pero a menor escala y con cierto éxito. No es mala la idea, no la
descartó. Donde festejamos en el 78, debería ser el último acto. Y otra vez en
las plateas y palcos: lo mejor de nosotros, lo más florido de la Sociedad. La
duda que tengo es qué hacer con tantos cuerpos, miles, millones de cuerpos, de
niños, de ancianos, de hombres, cuerpos de mujeres, los cuerpos necesarios para
alcanzar esa ansiada cifra que sirva para fundar otra Argentina. Una Argentina
libre de las penurias y de los males y las penas que esas miserias denuncian
ante los afectuosos ojos que nos observan. Aunque reconozco que mis
limitaciones no me permiten apreciar que estas mentes brillantes, que esos
sanos espíritus, llegado el caso superen con provecho este escollo y utilicen
medios superiores a mi imaginación para realizar la limpieza apropiada a las
circunstancias.
En consonancia con
esto, debemos cuidar el lenguaje. Exterminio es una fea palabra, es un ejemplo
de los términos que no deben ser utilizados, de otra manera se confundiría el
mensaje de esta nota personal y también el fin de esta buena causa. Mi
intención es la de un humilde protector de la nación, traer a discusión algo
que alentará a vuestras inteligencias en un trabajo conjunto con tal de
erradicar mediante los procedimientos que sean la pobreza. Ustedes continuarán
con el espíritu de estas líneas mejor de lo que yo lo hice hasta aquí, sólo les
recuerdo que hace siglos un notable irlandés había anticipado ideas al menos
emparentadas a las mías.
Héctor
Alvarez Castillo
Del libro inédito “Legión.
Scriptum brevis”
Villa
Devoto, Octubre de 2018