Un cuento breve de Pablo Martínez Burkett
Nuestras más ligeras contemplaciones del cosmos nos
hacen estremecer: Sentimos como un cosquilleo, una voz muda, una ligera
sensación como de un recuerdo lejano o como si cayéramos desde gran altura.
Carl Sagan
Yo vi llegar el hombre a la Luna. Desde el Sputnik que nos acostumbramos
a vivir con la mirada en las estrellas, pero ahora la conquista del espacio ya
no era una utopía. Tenía una carpeta con recortes y podía describir las fotos
como si hubiera estado ahí. Mi tía era amiga de Ángel Meynet del Centro
Observadores del Espacio y me llevó a las conferencias sobre sus viajes a Cabo
Kennedy para el lanzamiento de la Misión Apollo 11. Como muchos, yo quería ser
astronauta, pero vivía en un país periférico, en el extremo del subcontinente y
me tenía que conformar con mis sueños con forma de serie de ciencia ficción.
Además, padecía un extraño tipo de leucemia y mi destino inmediato no estaba en
el cielo. No precisamente. Por eso cuando dijeron que traían un meteorito me
apresuré a ir. Se trataba de un fragmento encontrado en el Campo del Cielo. Era
lo más cerca que iba a estar del espacio. No hay palabras para describir mi
emoción. Ahí estaba un objeto que flotó por la galaxia durante millones de
años. Lo imaginé como una piedra y era más un pedazo de hierro renegrido.
Aunque había un cartel de “prohibido tocar” me las ingenié para apoyarle las
manos. Sentí que me atravesaba un rayo. Todo se me dio vueltas: veía sonidos,
oía colores, sentía olores. Apenas audible primero, con una urgencia alucinante
después, fui capaz de percibir el latido del Universo. Salí del Museo Ameghino
como borracho. Pensé que iba a ser la experiencia más intensa de mi cortísima
vida. Pero faltaba más. Cuando fui a hacerme el próximo control me repitieron
varias veces los exámenes. Pensaron en un error de los reactivos, quizás alguna
confusión en las muestras de sangre. Pero no, estaba curado. Los estudios así
lo confirmaban. Mi familia multiplicaba las misas y agradecía al Dios del
Cielo. Pero yo bien sabía de qué cielo provenía este milagro. Dicen que de
noche brillo con reflejos tornasolados. No me extraña: con sólo cerrar los ojos
puedo ir hasta cualquier punto del universo. Conozco cada detalle del confín
más remoto. Me extravío por nebulosas y persigo cometas. Me enternezco con el
ocaso de una estrella y desafío a los agujeros negros. Pronto no habré de
regresar. Ahora, ahora soy inmortal.
© Pablo Martínez Burkett, 2019