miércoles, 13 de enero de 2010
El día de la escritura
El día de la escritura
a H. L.
No era común que habláramos de lo que estaba escribiendo. Sé que cuando concluyó esa novela inmensa –para mí de una importancia mayor en nuestra literatura– por años sólo se dedicó a sus clases y a notas menores, que aparecían en algún suplemento como señal de que seguía entre nosotros. Pero hace tiempo que trabajaba en ese capítulo inicial. Iba a ser un texto breve. No más de cien páginas en contraste a aquella obra descomunal. Hasta mencionó probables editoriales. Pero durante meses no avanzaba. Estaba detenido en la imagen cuando el protagonista es secuestrado por un grupo de tareas y es interrogado y golpeado y queda tirado en el piso, apenas consciente.
Leí esas líneas en un adelanto para una revista de la facultad. Mientras que él dejaba que pasase el tiempo para que solo, por sí mismo, llegara el día de la escritura de ese nuevo texto. Quizá así también hayan sido los últimos meses. Los escritores saben que el tiempo es limitado. Que no hay margen. Lo perciben como un cerco cotidiano. Viven ese apremio. Pero el tiempo sucede. No hay voluntad que lo detenga.
Una noche, que ya era madrugada, íbamos caminando y comentó con ligereza: "¡Cuánto podríamos haber escrito sin estas salidas!" Fue hace diez años. Estaba la avenida abierta ante nosotros, con luces de los bares y el obelisco allá en lo alto, y sonrió, sonrío como lo hacía constantemente. Enigmático y complaciente. Y fui cómplice de esa frase y de esa sonrisa. Nos despedimos pocas cuadras adelante.
Que sepa, la novela no se concluyó. Otros días habrá regresado a esas páginas, pero la indefinida vastedad de la tarea artística –ese lidiar con la propia obra– tiene la particularidad de que en ocasiones nos alienta y en otras nos hace a un lado.
Villa Urquiza, julio de 2008
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