domingo, 21 de marzo de 2010
Marzo, el mes del no libro
Si tenemos en mente cualquier definición histórica de libro desde que el ser humano creo la escritura, desde que los griegos acunaron el término biblós para referirse a lo que en un inicio era un rollo de papiro, el mes de marzo para nosotros es el mes que se muestra consagrado con mayor insistencia a ese frágil pero perdurable objeto. Al comienzo del llamado ciclo escolar miríadas de niños, adolescentes, jóvenes y padres recorren librerías, ferias y bibliotecas, en su trajinar tras las solicitudes de los docentes. Pero, ¿se consagran al libro? ¿Existe a la par de lo intenso de esa búsqueda un respeto y aprecio similares?
El libro se transforma y casi se limita a una mercancía. Las librerías que trabajan con textos escolares y complementarios, pasan a ser el privilegiado sitio de intercambio de ese objeto devaluado que parece haber extraviado su esencia. Entre la mano que paga y retira un ejemplar y la que cobra y entrega el libro subsiste la misma relación que entre la que entrega y la que retira una lata de conservas o un pan de manteca. El intercambio de marzo, que llega hasta abril o mayo, despoja al libro tanto de la dimensión de reservorio del saber como de instrumento para el mero esparcimiento o disfrute. La comercialización del libro de marzo, gracias a sus principales actores -las editoriales de textos, los docentes y los padres- es un vasto escenario de la alienación. La "extrañeza" que este ejercicio guarda con el objeto transmisor de conocimiento convierte a éste en un ente vacío de sentido. El libro transformado en mercancía es manipulado con desdén, como una obligación y no una cita, invitación al descubrimiento y la creación.
En marzo sucede todo aquello que uno no esperaría que sucediera. En marzo todos somos libreros. Las editoriales invaden ámbitos del circuito comercial vedados por principios básicos de comercialización, penalizados por leyes que no se aplican. Grupos preponderantes dentro del mercado editorial, como Santillana, disponen parte de su fondo en "promoción", y a esas ediciones "promocionadas" les marcan precios de novedad, bajando los descuentos. Con lo cual percibimos que la promoción sólo sirvió a la editorial, ya que limpió stock con mayores ganancias. Les comento que esto no es más que un ejemplo de jardín de infantes en comparación de otros comportamientos regulares como son las ventas dentro de los mismos establecimientos educativos, con la anuencia de los directivos, la bendición a librerías, en perjuicio de otras, y demás conductas semejantes.
¿Puede modificarse este panorama? Primero hay que recordar que este mercantilismo obsceno está ligado a la estructura del año escolar, al cual parasita. Y que es hijo dilecto de la conducta indecente -cuando menos- de las editoriales de texto, sumada la "ignorancia" hacia el libro que recorre por el resto del año a la mayoría de los hogares. Si durante el año el libro ocupara una posición distinguida en el núcleo de las familias, ahí tendríamos la primera defensa. No se tildaría de gasto, de molesto gasto, a la compra de los textos escolares, con lo cual el primer acercamiento sería distinto y el nivel general de los mismos, en una sociedad más ilustrada, tendería a ser más alto. Tengamos presente que se dice que en nuestro país, antiguamente, la enseñanza era más completa o profunda. Los invito a abrir un libro actual, por ejemplo, de literatura para cuarto o quinto año del bachillerato y, en comparación, a que se haga lo mismo con los antiguos manuales de la editorial Estrada, preparados para esa misma asignatura. Es probable que estos últimos fueran dirigidos a otros alumnos, con otro compromiso escolar, y también a otros docentes y a otra concepción política de la escuela. El contenido del manual de la década del ochenta por cierto que es altamente superior, al menos a los ojos de quien escribe este artículo. También pueden probar con los libros de matemática, de geografía. Ustedes propongan.
Marzo dejará de ser el mes del no-libro en gran parte cuando sus principales actores tengan una relación de aprecio durante todo el año hacia el libro y lo que él simboliza para nuestra cultura, desde los albores de nuestra civilización hasta nuestros días.
Héctor Alvarez Castillo
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Lamentablemente la situación es la que describís, es muy triste.
ResponderEliminarTambién existe una pequeña porción que valora el conocimiento.
Podría decir que la falta de valores, capacidad, dignidad y la sobra de intenciones mezquinas hacen que caigamos en un abismo de ignorancia... pero siempre ha sido así, solo una pequeña parte de la población ha valorado la educación y no creo que vaya a cambiar.
Mientas muchos se hunden en la estupidez de lo cotidiano, algunos seguiremos disfrutando de los mundos escondidos en cada libro.