Escribe: Héctor Alvarez Castillo
“Flores.–
El pueblo junto viene.”
Fuenteovejuna, Acto III, Escena V; Lope de Vega
A veces me preguntó cómo se dio
esa cosa loca del teatro en Buenos Aires, esa explosión de obras, obras y más obras,
desparramadas por toda su geografía, y hago pie en la coyuntura del año 2001.
Con la crisis y una clase política que carecía de respuestas, en la población se
generó una reacción genuina que buscaba caminos donde canalizarse. Aparecieron los
cacerolazos y con ellos las asambleas
barriales. Éstas se dieron en plazas, locales abandonados, en cualquier medio
propicio. Los vecinos que no sabían de la existencia del otro, lo conocían y
aprendían de una realidad política que los contenía a todos. El Apocalipsis cedió ante espacios
culturales que se mostraban pujantes, creativos. Y cuando cierta normalidad fue
asomándose en el horizonte, comenzaron a oírse nombres de jóvenes cineastas, de
directores, de compañías artísticas que se autogestionaban. Los recitales de
poesía se instalaron con un vigor nuevo; los músicos callejeros, los actores a
la gorra, se hicieron parte del paisaje urbano.
Socialmente se dio un fenómeno que solicitaba
que el arte diera cuenta de él, y en esas expresiones el arte debía enunciar su
presente. Por lo que ahora observo, éste no se hizo a un lado, no anduvo distraído.
La sociedad civil tomó el espacio y en él se gestaron nuevas formas de relación,
se recuperó un tejido social agrietado desde el Proceso militar y el Proceso menenista.
Y el teatro fue uno de los beneficiados de este movimiento que explotó, con
mayor virulencia, en Buenos Aires. Estas manifestaciones no respondieron a una
directiva, no fueron conscientes. Lo que ocurrió fue espontáneo. Fue parte de
nosotros.
Actualmente, no hay quien pueda ver más que
una ínfima muestra de las obras que, simultáneamente, están en cartel. El
circuito underground –que convive con
las salas del estado y con las tradicionales– se mueve, con preferencia, en
algunos barrios, pero no se limita a ninguno. La dinámica hace que el fenómeno
esté diseminado en toda la ciudad.
Los festivales de cine –el BAFICI, en especial– y encuentros como
el reciente Festival Internacional de Teatro,
son emergentes de aquello, al tiempo que contribuyen a que este entusiasmo se
mantenga. La sociedad tuvo la necesidad de expresarse y fue natural que lo
hiciera en distintos ámbitos, y el arte, ese día, estuvo ahí.
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