martes, 15 de mayo de 2012

Teatro a toda hora




Escribe: Héctor Alvarez Castillo

Flores.– El pueblo junto viene.”
Fuenteovejuna, Acto III, Escena V; Lope de Vega

A veces me preguntó cómo se dio esa cosa loca del teatro en Buenos Aires, esa explosión de obras, obras y más obras, desparramadas por toda su geografía, y hago pie en la coyuntura del año 2001. Con la crisis y una clase política que carecía de respuestas, en la población se generó una reacción genuina que buscaba caminos donde canalizarse. Aparecieron los cacerolazos y con ellos las asambleas barriales. Éstas se dieron en plazas, locales abandonados, en cualquier medio propicio. Los vecinos que no sabían de la existencia del otro, lo conocían y aprendían de una realidad política que los contenía a todos. El Apocalipsis cedió ante espacios culturales que se mostraban pujantes, creativos. Y cuando cierta normalidad fue asomándose en el horizonte, comenzaron a oírse nombres de jóvenes cineastas, de directores, de compañías artísticas que se autogestionaban. Los recitales de poesía se instalaron con un vigor nuevo; los músicos callejeros, los actores a la gorra, se hicieron parte del paisaje urbano.



  Socialmente se dio un fenómeno que solicitaba que el arte diera cuenta de él, y en esas expresiones el arte debía enunciar su presente. Por lo que ahora observo, éste no se hizo a un lado, no anduvo distraído. La sociedad civil tomó el espacio y en él se gestaron nuevas formas de relación, se recuperó un tejido social agrietado desde el Proceso militar y el Proceso menenista. Y el teatro fue uno de los beneficiados de este movimiento que explotó, con mayor virulencia, en Buenos Aires. Estas manifestaciones no respondieron a una directiva, no fueron conscientes. Lo que ocurrió fue espontáneo. Fue parte de nosotros.

  Actualmente, no hay quien pueda ver más que una ínfima muestra de las obras que, simultáneamente, están en cartel. El circuito underground –que convive con las salas del estado y con las tradicionales– se mueve, con preferencia, en algunos barrios, pero no se limita a ninguno. La dinámica hace que el fenómeno esté diseminado en toda la ciudad.
  Los festivales de cine –el BAFICI, en especial– y encuentros como el reciente Festival Internacional de Teatro, son emergentes de aquello, al tiempo que contribuyen a que este entusiasmo se mantenga. La sociedad tuvo la necesidad de expresarse y fue natural que lo hiciera en distintos ámbitos, y el arte, ese día, estuvo ahí.


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