viernes, 8 de marzo de 2013

La soledad del artista

          Hace largo tiempo, en una aldea cercana al mar, vivía un solitario que gozaba de sus horas libres cultivando un pequeño jardín hecho de rosas. Rosas blancas y violetas, rosas rojas, lilas y vivaces, eran la ocupación a la que otorgaba el sentido de la vida.



            Cuando la llovizna caía sobre las flores o el sol picaba la piel con intensidad, él tomaba la guitarra y recordaba antiguas canciones alegres al tiempo que melancólicas, y al día siguiente retornaba a su afán. Uno a uno armaba los ramilletes que enviaba a los habitantes del pueblo. Todos recibían sus flores, pero eran pocos los que alguna vez comentaban las ofrendas. Nunca se decía nada acerca de la belleza que esas flores exhibían.




            «¡Me han llegado rosas, también les han llegado a mi sobrina, al abuelo!»

            No se oía más que esto; sin embargo el jardinero, por muchos años, hasta el día en que se despidió, continúo con su tarea.





Sáenz Peña, septiembre de 2004

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