Comenzaré comiéndote un brazo,
seguiré por las piernas, los talones, seguiré por los dedos. Luego regresaré al
cuerpo, a todo el húmedo cuerpo. No te dejaré los labios. Los labios serán
míos. No te quedará nada. A la hora de la siesta, mi boca tomará tu cuello, tu
cabello, tus ojos; tomará tus entrañas. Moleré tus dientes con mis dientes, tus
huesos con mis huesos. Devoraré todo lo tuyo, lo que te pertenece, lo que ansío
y se presagia inasible. Serás mi banquete; me daré el gusto de comerte, de
sentirte bien dentro.
Hay ocasiones en las que oigo a un
pájaro cantar a lo lejos y no veo sus ojos ni adivino su sombra, esas veces me
he preguntado: ¿Por qué deseo hacerlo? No conozco a ese pájaro, sólo
oigo su canto. El canto de ese ave que me habla y no sé qué habla. Me lo he
preguntado y me animo a decírmelo cuando vuelvo sobre ti y se agota el día sin
que se agote el deseo.
Deseo comerte para que siempre estés
cerca, para tenerte de todas las formas, para que nunca más, ninguno de los
dos, esté ni vuelva a estar solo. Para que siempre, siempre; por eso deseo
comerte. Y para que sigamos juntos, de una manera a la que aspiro y no sé si
tiene nombre, a la que aspiro y no sé si es verdad, por eso deseo comerte, por
eso puedo irme para siempre, porque no sé lo que sucede, porque apenas lo
entiendo, porque te he probado, porque mi paladar sabe del sabor de tu carne,
de la furia de tus besos, de lo suave de tu cuerpo. Por eso y lo que callo, voy
a comerte.
Villa Urquiza, enero de 2005
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