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domingo, 3 de octubre de 2021

A las puertas de la gloria, la entrega del honor


“Nolan ejecutó su tarea: anunció en pleno cónclave que el traidor era el mismo Kilpatrick. Demostró con pruebas irrefutables la verdad de la acusación; los conjurados condenaron a muerte a su presidente. Éste firmó su propia sentencia, pero imploró que su castigo no perjudicara a la patria.”

Tema del traído y del héroe, Jorge Luis Borges.

 

Si supo Dios, algún diablo o quién fuere, estar a mi lado y luego soltarme la mano, no sé, no lo sé ni sabré nunca. No hubo ambición en mis actos. No haya quien crea que ella fue la que los motivó, y tampoco hubo tras ellos una lealtad mayor. Dejé todo lo que era y en esa resolución me uní a un designio confuso y hostil hacia los juramentos en los que se habían tallado mi cuerpo y mi alma. Ahora llegan voces como si fuesen partes de un coro que acalla ésa y otras verdades. Esas voces me acarician en este exilio desde el que me figuran adusto, leal, buen padre… pero una voz dentro de mí está viva y con ella dialogo, a veces en amistad, otras en conflicto.



Mi nombre se grabará en piedras y metales, se grabará en la memoria que manos diestras cincelan en las sombras. Será por siempre parte de la historia, y ahí se transformará, como el de los beatos, en nombre intachable y santo. No estaré solo, me acompañarán aquellos con quienes nos aplicamos a la empresa de cercenar ese vasto imperio en el que siendo infantes dimos nuestros primeros pasos y en el que nos amamantaron nuestras madres y nodrizas. Fuimos hijos que en el interior de la casa de sus padres, con herramientas macizas y cortantes, hicieron de ese templo un amasijo de escombros. Desgajamos el templo en pedazos y de lo que fue uno hicimos fragmentos, eso hicimos del organismo que lastimamos y que jamás volvería a ser el mismo. La misión fue concluyendo cuando a cada trozo o despojo lo denominamos país, le dimos un nombre, le inventamos una historia. Fue fácil enmascarar el plan y el sentido profundo de nuestros actos. El coro que hoy enaltece mi nombre, saluda con fervor esas gestas.

Me llamaron libertador, a mí, a quien los sometió al firme yugo que nubla la vista y no deja ver siquiera donde están los grilletes que esclavizan piernas y brazos. Desde esos acontecimientos, monarcas que ignoran las lenguas que hablamos fueron hilando la urdimbre de los días y las noches de aquellas tierras allende el mar. No es sorpresa, a ese hilo debía conducir la historia si triunfábamos en nuestros cometidos.

Como una moneda que se tira al aire, y va de una cara a la otra hasta tocar tierra, fue mi vida cuando era un español más en la España que me vio nacer, me crio y formó como militar y hombre. Y llegó el día en el que la moneda cayó y mostró su faz al sol, el dios ante el que nos postramos desde los inicios, y cayó después de Bailén, de esa batalla que comenzó a modificar el tablero de Europa y de nuestro Occidente, y en la que fui héroe. El tiempo fue transcurriendo, como es su costumbre, y un día estuve a las órdenes de Beresford, por allí conocí al noble escocés que me inició en los misterios y alteró para siempre mi destino y el de los territorios donde di mis primeros pasos. Una cosa lleva a la otra, y en mi visita a Londres me acercaron ese plan que iba a transformarme en el Aníbal americano. Ya estaba bajo la escuadra y el compás. Mis amistades de esa primera década las llevaría conmigo por siempre y, entre ellas, con especial devoción la de Lord James Duff, conde de Fife.

Nos embarcamos con destino del Río de la Plata. En el oscuro mar de la noche éramos turba nocturna. En la Capitanía de Venezuela Miranda y Bolívar habían comenzado la gesta que nos llevaría de un imperio a otro, bajo el velo de los ideales de la libertad y la emancipación. Arremetimos con el deseo de los seres humanos de decirse libres sin siquiera comprender una letra de esa palabra. En las ciudades que tocaba, en los campos y pueblos, ellos aspiraban a un futuro que no sabían en qué consistía mientras el presente se les escabullía violento ante sus ojos. Ésa era la carne y el combustible que debíamos usar y de lo que debíamos aprovecharnos.

En las cercanías del río se dio la escaramuza camino al convento de San Carlos. Allí sorprendimos a las fuerzas realistas, donde di prueba de lealtad. Conocía los rumores y habladurías por mi pasado militar y, sablazo tras sablazo, arriesgando no sólo la vida de mis hombres sino la propia, acallé esas voces. Ahora llamaba de ese modo a aquellos soldados que defendían al rey y la corona, yo, quien poco tiempo antes era abeja de ese panal. Años de combate, de conquistas y honores, pasaron hasta el encuentro de Guayaquil. Siempre fui leal al juramento de mi primera adultez. Nada sobre eso podrá echárseme en cara. Les envié desde el Pacífico el oro del Perú. Los metales viajaron en barco a la isla que me había convocado como hijo dilecto y aseguraría la pervivencia de mi nombre mientras durase su poderío: yo también con una copa en lo alto y en la mano debí clamar larga vida a ese imperio. Luego de esa ofrenda final, tuve la absoluta convicción de que la historia, sedienta de grandes hombres, me protegería; San Martín necesita de ella como ella necesita de mí. Mi nombre permanecerá limpio en sus aguas y yo, el héroe de Bailén, quien desenvainó su espada ante el invasor francés, entre jardines y en soledad, ahora observo que en la tarde el sol se pone hacia el otro lado del Atlántico, donde nací y fui parte de algo que ya no es.


Héctor Alvarez Castillo, Saénz Peña, Buenos Aires, octubre de 2021.




sábado, 23 de noviembre de 2013

In memoriam J.F.K. - Un poema de Jorge Luis Borges

Esta bala es antigua. 
En 1897 la disparó contra el presidente del Uruguay un muchacho de Montevideo, Arredondo, que había pasado largo tiempo sin ver a nadie, para que lo supieran sin cómplice. Treinta años antes, el mismo proyectil mató a Lincoln, por obra criminal o mágica de un actor, a quien las palabras de Shakespeare habían convertido en Marco Bruto, asesino de César. Al promediar el siglo XVII la venganza la usó para dar muerte a Gustavo Adolfo de Suecia, en mitad de la publica hecatombe de una batalla.

Antes, la bala fue otras cosas, porque la transmigración pitagórica no sólo es propia de los hombres. Fue el cordón de seda que en el Oriente reciben los visires, fue la fusilería y las bayonetas que destrozaron a los defensores del Álamo, fue la cuchilla triangular que segó el cuello de una reina, fue los oscuros clavos que atravesaron la carne del Redentor y el leño de la Cruz, fue el veneno que el jefe cartaginés guardaba en una sortija de hierro, fue la serena copa que en un atardecer bebió Sócrates.

En el alba del tiempo fue la piedra que Caín lanzó contra Abel y será muchas cosas que hoy ni siquiera imaginamos y que podrán concluir con los hombres y con su prodigioso y frágil destino.



De El Hacedor

miércoles, 2 de mayo de 2012

Sobre Buenos Aires, Capital del Libro

Escribe:

Héctor Alvarez Castillo



"Un libro, cualquier libro, es para nosotros un objeto sagrado”

Del culto de los libros, Jorge Luis Borges


Percibo que nuestra sociedad se ha ido acostumbrando a celebraciones que tienen más de pompa y circunstancia, que de sincero y genuino homenaje a lo que se figura motivo de la cita. Esto se debe a que los oficiantes de lo público proyectan, desde los organismos del estado, distintas estrategias hacia un fenómeno que les resulta ajeno. Lo que se produce llega como gesto de disculpa social o de una reparación pasajera, más que como acto emanado de una generosa política cultural.

Al Libro, símbolo y sostén del conocimiento, lo vinculamos, por instinto, a la Literatura, más allá de que sea vehículo de todo lo que concierne al ser humano. Y cuando surgen esos enunciados grandilocuentes de “Capital Mundial”, a nuestro convidado le aparecen acompañantes y festejos, que intentan despertar en los ciudadanos una atención adormecida o inexistente. Se habla de escritores, de títulos de obras, se citan versos, párrafos. Pero al Libro: ¿esto le sirve de algo, tiene alguna relación con él, o sólo es propaganda para unos y beneficio material para otros?

Buenos Aires desde las páginas de más de una obra literaria, así como sus calles, sus bares, los seres que viven y han vivido en ella, goza y comparte otro origen y naturaleza. Ese ruido de eventos e inauguraciones, nacidos de una concepción fashion y publicitaria, no rozan al libro ni a su creación y su lectura. Juvenilia de Miguel Cané, La gran aldea de Lucio López, Misteriosa Buenos Aires de Mujica Lainez, los cuentos de Cortázar, los poemas de Borges, saben de lo que hablo. Cuando el 2011 concluya nada se habrá agregado a lo que era del libro en esta ciudad, salvo por la obra y el apego de aquellos porteños que, constantemente, frecuentan ese objeto sagrado, fuera de la atención de los calendarios.

domingo, 14 de agosto de 2011

Borges entre señoras - Mario Vargas Llosa


PIEDRA DE TOQUE. El escritor argentino colaboró en los años treinta con una revista femenina bonaerense, El Hogar, con magníficas críticas literarias. Tusquets publicó en 1986 una antología soberbia

Entre 1936 y 1939 Borges tuvo a su cargo la sección de libros y autores extranjeros de El Hogar, un semanario bonaerense dedicado principalmente a las amas de casa y la familia. Emir Rodríguez Monegal y Enrique Sacerio-Garí reunieron una amplia antología de estos textos que publicó Tusquets en 1986 con el título Textos cautivos. Ensayos y reseñas en 'El Hogar' (1936-1939).

No conocía este libro y acabo de leerlo, en Mallorca, donde Borges, en cierto modo, hizo su vela de armas literaria poco después de terminar sus estudios escolares, en Ginebra. Aquí escribió versos vanguardistas, firmó manifiestos, se vinculó a un grupo de poetas y escritores jóvenes de la isla, en una actividad intelectual intensa pero que poco dejaba adivinar de la trayectoria que tomaría su obra posterior. No sé por qué me había hecho la idea de que sus notas y artículos en El Hogar, serían, como aquellos escritos mallorquines de su juventud, testimonios de una prehistoria literaria sin mayor vuelo, meros antecedentes de la futura obra genial.

Me llevé una gran sorpresa. Son mucho más que eso. No sé si la selección, que parece haber sido hecha sobre todo por Sacerio-Garí -el libro apareció cuando Rodríguez Monegal había fallecido-, eliminó todos los textos de mera circunstancia y poca significación, pero la verdad es que esta antología es soberbia. Revela a un escritor dueño de un estilo cuajado y propio, enormemente culto, con un punto de vista que le permite opinar sobre poesía, novela, filosofía, historia, religión, autores clásicos y modernos y libros escritos en diversos idiomas, con absoluta desenvoltura y, a menudo, notable originalidad. Un colaborador que semanalmente comentara la actualidad literaria mundial con la lucidez, el rigor, la información y la elegancia con que lo hacía Borges en El Hogar, hubiera dado un gran prestigio a las más exigentes publicaciones intelectuales de los considerados entonces los ejes culturales de la época, como París, Londres y Nueva York. Que estos textos aparecieran en una revista porteña dedicada a las amas de casa dice mucho sobre la probidad con que su autor encaraba su vocación, y, también, desde luego, sobre los altos niveles culturales que lucía la Argentina de aquellos años.

Una de las rarezas de estos textos es que Borges se ha leído de principio a fin los textos que reseña, se trate de la voluminosa traducción de Las mil y una noches de sir Richard Burton, los ensayos sobre la mitología primitiva de sir James George Frazer o las novelas de Faulkner, Heming-way, Huxley, Wells y Virginia Wolf. Todo lo analiza y comenta con la seguridad que solo confiere el conocimiento. Cuando la oscuridad del libro es más fuerte que él, como le ocurre con el Finnegans Wake de James Joyce, lo confiesa y explica las posibles razones de su fracaso de lector. No hay uno solo de estos comentarios que dé la impresión de haber sido elaborado de cualquier manera, para cumplir, sin dar mayor importancia a un trabajo que sabía pasajero, superficial y olvidable. Nada de eso. Incluso las pequeñas notitas de pocas frases que aparecían a veces al pie de su página bajo el rubro De la vida literaria son una delicia de leer, por su ironía, su gracia y su inteligencia.

En los años en que colabora en El Hogar Borges publica ya un libro importante, Historia universal de la infamia, pero todavía no ha escrito ninguno de sus grandes cuentos, poemas o ensayos a los que deberá luego su fama. Sin embargo, ya había en él un talento fuera de lo común para leer y opinar sobre lo que leía, y una visión del mundo, de la cultura, la condición humana, del arte de inventar ficciones y de escribirlas que dan a todos estos textos un denominador común, de partes de un todo compacto. Lo primero que resalta en ellos es la curiosidad universal que guía sus lecturas, la de un lector que es ciudadano del mundo, pues se mueve con la misma soltura leyendo a Paul Valéry en francés, a Benedetto Croce en italiano, a Alfred Döblin en alemán y a T. S. Eliot en inglés. Y, lo segundo, la claridad y la fuerza persuasiva de una prosa donde hay casi tantas ideas como palabras y un esfuerzo permanente para no decir nada que no sea absolutamente indispensable respecto a lo que se propone decir. Cuentan que Raimundo Lida, en sus clases de Harvard, recordaba siempre a sus alumnos: "Los adjetivos se han hecho para no usarlos". Borges es famoso por sus adverbios y adjetivos ("Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche"), pero, justamente, lo es porque nunca abusa de ellos, porque estallan de pronto en sus frases como una aparición insólita y espectacular, que redondea una idea, abre una inesperada dimensión a la anécdota, trastorna y desbarajusta lo que hasta entonces parecía la dirección de un argumento. La riqueza de estas reseñas, comentarios o microbiografías está en la precisión y concisión con que fueron escritas: nunca parece faltar ni sobrar nada en ellas, todas gozan de aquella autosuficiencia que tienen los buenos poemas y las mejores novelas.

A veces, un párrafo de pocas frases le basta a Borges para resumir el juicio que le merece toda la vasta obra de un autor, como Samuel Taylor Coleridge: "Más de 500 apretadas páginas llenan su obra poética; de ese fárrago solo es perdurable (pero gloriosamente) el casi milagroso Ancient Mariner. Lo demás es intratable, ilegible. Algo similar acontece con los muchos volúmenes de su prosa. Forman un caos de intuiciones geniales, de platitudes, de sofismas, de moralidades ingenuas, de inepcias y de plagios". La opinión es muy severa y acaso injusta. Pero, no hay duda, quien la formula de ese modo sabe lo que dice y por qué lo dice.

A veces, en los perfiles biográficos, hay verdaderas maravillas descriptivas, como este boceto físico del historiador Lytton Strachey: "Era alto, demacrado, casi abstracto, con el fino rostro emboscado detrás de los atentos anteojos y de la rojiza barba rabínica. Para mayor recato, era afónico". No es raro que un elogio vaya acompañado de un mandoble letal, como en esta frase en la que, luego de alabar dos novelas de Lion Feuchtwanger -El judío Süss y La duquesa fea- añade: "Son novelas históricas, pero nada tienen que ver con el laborioso arcaísmo y con el opresivo bric-à-brac que hace intolerable ese género".

No hay en el Borges que escribe estos sueltos y artículos la menor concesión hacia el público de una revista que no era ni especializado en literatura ni, en su gran mayoría, lo suficientemente culto como para poder apreciar en todo su valor las opiniones y elogios o admoniciones de que estaban impregnados sus artículos. Escribe como si se dirigiera a los más exquisitos y refinados lectores de la tierra, dando por supuesto que todos lo entenderían y aprobarían o desaprobarían sus juicios de igual a igual. Y, pese a ello, no hay en estas páginas arrogancia ni pedantería, esos desplantes detrás de los cuales se disimulan casi siempre la ignorancia y la vanidad. Son textos en los que, a pesar de su brevedad, el autor se juega a fondo, desnudándose de cuerpo entero, mostrando sus manías, fobias, filias, anhelos íntimos. Los autores que frecuentará toda su vida con admiración y lealtad desfilan por sus páginas, Schopenhauer, Chesterton, Stevenson, Kipling, Poe, los cuentos de Las mil y una noches, así como su debilidad por el género policial, a muchos de cuyos cultores, Chesterton, Ellery Queen, Dorothy L. Sayers y Georges Simenon, dedica artículos. Temas recurrentes de sus ficciones y ensayos, como el tiempo y la eternidad, asoman en las observaciones que consagra a la obra de teatro de J. B. Priestley El tiempo y los Conways y a Un experimento con el tiempo de J. W. Dunne, a quien dedicaría también en otra ocasión un largo ensayo. Y, por supuesto, la fascinación que ejerció siempre sobre él la literatura oriental está presente en los comentarios a libros chinos como Historia de la orilla del agua, una antología de cuentos fantásticos y folclóricos de ese país hecha por Wolfram Eberhard y la japonesa The Tale of Genji de Murasaki Shikibu.

Textos cautivos constituye un magnífico panorama de lo que era la actualidad literaria de fines de los años treinta en el mundo occidental, época de una fulgurante creatividad en todos los géneros, la de Eliot, Joyce, Breton, Faulkner, Wolf, Mann, en la que la experimentación formal, la revisión del pasado reciente y clásico, las polémicas sociopolíticas y culturales trazaban una frontera entre dos épocas. Es fascinante que acaso nadie dejara un testimonio más agudo y sutil de toda la efervescencia de ideas, formas y creaciones literarias de aquellos años, que un (todavía) oscuro escribidor de los confines del mundo, en la página semanal que llenaba en una revista de amenidades concebida para hacer más llevadera la rutina de las amas de casa.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011. © Mario Vargas Llosa, 2011.
Publicado edición impresa domingo 14 de agosto de 2011

miércoles, 2 de marzo de 2011

Si Borges viviera...


Si Borges viviera...
Por Pablo Sirven


Que Jorge Luis Borges ya no esté entre nosotros al menos permite que a nadie se le ocurra discutir su bien ganado prestigio de ser considerado unánimemente el mejor escritor argentino.

Pero si Borges viviera, otras pasiones más tempestuosas girarían a su alrededor, porque ante sus filosas ocurrencias el humor de algunos hacia el autor de Ficciones se mostraría un tanto más acuoso.

Si Borges estuviese aquí opinando, en serio o en broma, de ciertas exuberancias kirchneristas, 678 lo tendría a maltraer y la intelligentzia oficialista lo estaría castigando en declamaciones histriónicas o solicitadas henchidas de fervor gubernamental.

¿Que a Borges no le habría pasado? Si tras la asunción de Juan Domingo Perón a la presidencia de la Nación, en 1946, se lo humilló con el cargo de "inspector de mercados de aves de corral", arrancándolo de una biblioteca municipal, no es difícil imaginar qué habrían hecho con él estos hijos y nietos de la gran familia peronista fundada hace más de 60 años.

Atacar a Mario Vargas Llosa parece más fácil todavía: primero, porque es extranjero (y eso abroquela voluntades con encendido espíritu chauvinista); segundo, porque su adhesión a la democracia liberal y su declarada alergia a cualquier tipo de autoritarismo personalista lo convierten automáticamente en un enemigo al que conviene mantener a distancia. Y tercero, y crucial punto clave: Vargas Llosa ha sido muy duro y categórico a la hora de catalogar a los Kirchner. Querrían que sólo hable de literatura y no de política.

Por cierto no hay obligación, ni mucho menos, de acordar con las opiniones del último premio Nobel de Literatura en este o cualquier otro tema. Pero parece triste papel, tan luego para intelectuales, que se comploten para intentar amordazarlo. Porque de eso se trata cuando hierve un puñado de ellos para expresar su "profundo desagrado y malestar", al blandir la espada de la censura previa (aunque ni siquiera hay certeza de lo que Vargas Llosa vendrá a decirnos).

Reprueban por "inoportuna" y "agraviante" que se lo haya convocado a la apertura de la Feria del Libro porque consideran que irá en contra de "las preferencias democráticas y mayoritarias de nuestro pueblo". ¿Pero no es, acaso, el papel del intelectual ser un revulsivo de la sociedad, un atrevido agitador de neuronas que pone patas arriba los principios para ver qué tan sólidos o hipócritas son?

El intelectual que únicamente aplaude y lisonjea al poder de turno, advirtiendo alarmado sobre los que se desvían de ese monótono libreto, es un mero propagandista y ya no merece ser llamado intelectual. Menos todavía si para entrar en razones tiene que intervenir la mismísima presidenta de la Nación.

Los ahora frustrados aprontes están paradójicamente emparentados con otro tipo de represiones más nefastas que ya Vargas Llosa sufriera en nuestro país, cuando la dictadura militar prohibió su novela La tía Julia y el escribidor tan sólo porque en su trama sobresalía demasiado un personaje que hablaba muy mal de los argentinos.

Hablando de Borges, viene al caso recordar que opinaba que las dictaduras fomentan la opresión, el servilismo y la crueldad, pero que lo más abominable que hacen es fomentar la idiotez.

Si estuviese ahora entre nosotros, asistiendo a este nuevo sainete protagonizado por sus ex colegas, Borges comprobaría que la idiotez es imperecedera y atraviesa a la condición humana.

Publicado en La Nacion online 2 de marzo de 2011

domingo, 23 de enero de 2011

Ausencia


Ausencia

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.

Jorge Luis Borges,
De "Fervor de Buenos Aires", 1923

lunes, 4 de enero de 2010

Los grandes comienzos I


Los grandes comienzos I

Al menos me vienen a la memoria cinco comienzos narrativos privilegiados: el del cuento "El Aleph", del argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), el de la novela "Cien años de soledad", del colombiano Gabriel García Márquez (1928), el de la nouvelle "El extranjero" del francés Albert Camus (1913-1960), el de la novela "El amante de Lady Chatterley" del inglés D. H. Lawrence (1885-1930) y el de la novela "Hambre" del noruego Knut Hamsun 1859-1952.
El tono y la contundencia, además del estilo del artista que se expresa con decisión, son algunas de las notas que a mí, personalmente, me seducen de estos textos. Inauguran un mundo sin contemplaciones.

Inicio de "El Aleph", Jorge Luis Borges

"La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación."