viernes, 28 de agosto de 2015

Cortázar y el jazz

“Si no se puede decir, hay que tratar de inventarle su palabra, puesto que en la insistencia se va cerniendo la forma y desde los agujeros se va tejiendo la red…”



Julio Cortázar: La vuelta al día en ochenta mundos.




Escribe: Héctor Alvarez Castillo



Reflexiono acerca de lo que nos atrae –a veces candorosamente– de Julio Cortázar, y en esta línea de pensamiento entiendo que es pertinente la recurrencia al jazz, sea como influencia o ámbito de comunión. Hay una anécdota de cómo llega la música a la vida de Cortázar y se transforma en una amiga inseparable. En su infancia, el niño que se abstraía del mundo que lo rodeaba gracias a lecturas que iban desde Poe a Julio Verne, padece un surmenage. El médico que lo atiende recomienda otras actividades, entre ellas la bicicleta que también alentaría su imaginación. Allí harán su aparición triunfante el boxeo y la música, como recreos a esa intelectualidad desmesurada. Y el jazz será la música privilegiada. Las fotos caseras con la trompeta entre las manos y la embocadura apoyada en los labios a nuestros ojos hoy son tan naturales como aquellas en que lo vemos junto a sus libros. 

La presencia de la música en su vida fue una consorte cómplice en la gestación de la originalidad que lo instaló como uno de los principales innovadores para las letras hispanas del siglo XX. Sus cuentos –de una estructura más compleja que los de Borges, al tiempo que de un corte clásico– ya lo hacían merecedor de un sitio de preeminencia entre sus contemporáneos. Pero en los escritos de Cortázar hay una característica lúdica que en ocasiones tiene la impronta y la frescura propias de aquello que se hace en una reunión entre amigos, donde reina la confianza y la intimidad –Recordemos que sobre él mismo había afirmado que papaba moscas–.El autor de ficciones como “Instrucciones para subir una escalera” y “Continuidad de los parques” –incluso cuando exhibe esa maestría donde cada palabra cae con gracia en el sitio en el que parece que siempre estuvo– en ocasiones nos da la sensación de estar improvisando, jugando, divirtiéndose con esa textura de palabras y sonidos, mientras alcanza puntos altos en su arte. Este don siempre animó su creatividad.

En tono con estas especulaciones, me animo a emparentar las improvisaciones jazzísticas con el espíritu de juego y de apertura presente en la obra de Cortázar. Pienso en las obras que edita desde 1959 a 1968, entre las que están Las armas secretas, 62/Modelo para armar e Historias de cronopios y de famas, y en el logro cumbre de este proceso: Rayuela. La atención está puesta en las asimetrías por encima de las simetrías, como una vía hacia la libertad y una existencia auténtica. Existe un hurgar en la realidad, modos propios de acercarse a ella y de recrearla en el intento de atrapar al menos alguna fracción de lo inefable y del sentido de lo inefable. El juego del ser y el devenir.

En los días inmediatos a la muerte de Charlie Parker, Julio Cortázar comienza la escritura de la obra que ningún amante del jazz dejará de leer: El perseguidor. Este cuento con aires denouvelle anuncia un viraje en su creación. Él mismo nos confiesa que al enterarse del fallecimiento del saxofonista decide iniciar inmediatamente esa narración en la que ya estaba meditando. Cortázar encuentra la estructura apropiada en la voz de Bruno, un periodista que siente devoción hacia ese alter ego de Parker y relata en primera persona las instancias que conducirán al desenlace de Johnny Carter. Por su testimonio nos enteramos de distintas peripecias en la vida de ese músico extraordinario, obsesionado por el tiempo y adicto a la droga y al alcohol.En palabras de Johnny: “–El compañero Bruno es fiel como el mal aliento.”


La lectura adolescente de El perseguidor es una revelación difícilmente igualable. El jazz y la literatura habitan ese texto entrañablemente unidos. Parafraseando a Cortázar o a su Johnny Carter, me atrevo a escribir: “Lectores, el jazz no es solamente música, la literatura no es solamente palabras, yo no soy solamente Johnny Carter.”El jazz le permitió a Cortázar una comunión con los otros en parte sólo posible a través de la vivencia compartida en la música. Quizá algo de verdad haya en esas palabras de Bruno: “(…) presentando a Johnny como lo que era en el fondo: un pobre diablo de inteligencia apenas mediocre, dotado como tanto músico, tanto ajedrecista y tanto poeta del don de crear cosas estupendas sin tener la menor conciencia (a lo sumo un orgullo de boxeador que se sabe fuerte) de las dimensiones de su obra.”



domingo, 19 de julio de 2015

Cerebro mágico

Un poema
de Daniel Quintero









Cerebro Mágico
a Joaquín, mi viejo



William Shakespeare
cuyo padre, como el mío, era carnicero,
posiblemente haya recibido poesía
en esas mañanas de picardía y quejas
cuando las vecinas esperaban su turno
y entre carnes de estofado y trozos para guisar
el pequeño Guillermo construía sus letras.
El padre de Shakespeare
nunca supo que marcaba su oficio,
así llegaban a él resoluciones literarias
por trozos de carne cortada
por un cuchillo en prosa,
pulpas y huesos para un caldo desde donde
salían los vapores que después fueron sonetos.

Así entre tanta res despostada
Shakespeare iba dándole sentido moderno
a los mitos griegos.


Mi infancia fue algo más cómoda,
por esos tiempos, y entre otras cosas,
los mitos estaban resueltos,
ya existía el psicoanálisis,
las vecinas eran más factibles,
había luz eléctrica y baterías
que en el juego del Cerebro Mágico
encendía una lámpara cuando se preguntaba...
el padre de qué gran dramaturgo inglés era carnicero?

Así llegaron a mí
entre churrascos y carne de poesía picada
versos coloridos de sangre,
cuentos, quejas y murmullos
en la melancolía y al amparo
de una diminuta luz de este juego
que acierta, da conmigo,
responde William Shakespeare
y sin saberlo, como su padre/como el mío/
marcan este oficio.

(Del libro de poesía: MalhojaColección el rey tuerto; Ediciones Parque Chas.)

domingo, 28 de junio de 2015

De profundis

Si al mirar hacia un pozo encendés un candil y una luz muy alta ilumina hasta el último rincón de esa profundidad, ese pozo, por más alejado que parezca tener el fondo, no esconde los misterios de los que te hablo.

         Debés hallar, entre todos, aquél que no permita que la luz alcance su corazón, aquél donde se derrama el sol y la oscuridad resiste hasta sumir al astro en algo propio, y entonces emerge con su aliento sombrío.
         Ése es el pozo más hondo. Ése es el pozo donde reconocerás tu rostro.



Villa Urquiza, septiembre de 1999
Héctor Alvarez Castillo
Del libro: Naif. Del Juego a la Literatura.
Alvarez Castillo Editor, 2015

miércoles, 17 de junio de 2015

Victoria Ocampo, presa política

La carta desconocida sobre su cautiverio
El 17 de junio de 1953, la fundadora de Sur les envió a Camus y otros escritores que pidieron por su liberación un testimonio de los 26 días que pasó en prisión
Por   | Para LA NACION




Victoria Ocampo pasaba varios meses del año en Mar del Plata. Llegaba antes del verano y se quedaba hasta promediar el otoño. Cada 7 de abril su cumpleaños lo recibía en Villa Victoria, esa casa de madera que había heredado de su tía abuela. Pero el 8 de mayo de 1953 algo alteró su rutina. Una comisión policial la detuvo en su casa y la trasladó a Buenos Aires, donde quedó presa durante 26 días en la cárcel de mujeres El Buen Pastor.
La noticia conmocionó a personalidades culturales del mundo, donde la escritora era bien conocida y movilizó a numerosos escritores célebres a organizar una campaña para pedir su liberación. En París, Albert Camus -que había sido huésped en Villa Ocampo, San Isidro- lideró el movimiento de escritores franceses. Él mismo redactó la carta que le fue entregada al embajador argentino en Francia el 20 de mayo. Los firmantes eran Pierre Brisson, Roger Caillois, Camus, Georges Duhamel, François Mauriac (premio Nobel), André Maurois, Roger Martin du Gard (premio Nobel), Christian Murciaux, Jean Paulhan, Jules Romains, PhilippeSoupault y Pasteur Vallery-Radot.
Escritores de otras latitudes se sumaron. Aldous Huxley y Waldo Frank impulsaron el Comité Internacional para la Liberación de los Intelectuales Argentinos. Gabriela Mistral le envió un telegrama al presidente Perón: "Profundamente contrariada por la noticia del encarcelamiento de Victoria Ocampo, ruego a vuestra excelencia liberarla recordando su labor internacional que ha prestigiado siempre a la Argentina". No menos relevante fue la intervención del primer ministro de la India, Jawaharlal Nehru.
La carta que aquí se transcribe parcialmente es la explicación que Victoria Ocampo envía a los escritores que pidieron por ella. Fue datada el 17 de junio de 1953 -apenas quince días después de su liberación-, es decir, hace hoy exactamente 62 años. Ese texto fue remitido en su momento por el Fondo Albert Camus de París a la Argentina como consecuencia de una investigación en el exterior sobre archivos vinculados a Victoria Ocampo que realizó la Biblioteca de Villa Ocampo a cargo de Ernesto Montequín durante la gestión de Nicolás Helft al frente de ese organismo.
Varias son las lecturas que podemos extraer de esa líneas, más allá de la obviedad que sería comentar la fragilidad de las libertades individuales de la época. Victoria no sólo no se victimiza, sino que relata la experiencia como el momento en el que se sintió más solidaria con sus semejantes. Cuentan que Victoria no pudo comprar el delantal cuadrillé que utilizaba en la cárcel porque era propiedad del Estado. Se quedó con el pequeño género que se había cosido en el pecho y que una de sus compañeras bordó con su nombre. Ponía ese trapito a la altura de las más encumbradas condecoraciones con las que fue distinguida. Quien lo bordó, una mujer de una condición modesta, compartió momentos de su vida con Victoria hasta que murió. Admiradora de Mahatma Gandhi, Victoria menciona que durante sus horas en la cárcel llamaba a su cabeza aquel pensamiento de ese pacifista: debo reducirme a cero. No hay salvación para alguien que no se pone a sí mismo en último lugar entre sus semejantes.

FRAGMENTOS DE LA CARTA DE V. O.

"Yo no he hecho nada fuera de ser antiperonista", escribió al salir de la cárcel El Buen Pastor
Desde el mes de diciembre no salí de Mar del Plata. No fue a mi casa ningún hombre "político". Mis huéspedes fueron los de siempre: Pepe Bianco, Enrique Pezzoni, Antonio López Llausas, Lola E. y Rosita C. Ninguna de estas personas tenía relación con gentes metidas en política. Naturalmente, se hablaba de la dictadura de P [erón]. Y de cuanta medida arbitraria y de cuanto atropello llegaba por vía de la prensa o por vía indirecta a nuestros oídos. Se hablaba de todo ello en forma clara y violenta. [...] El día 15 de abril, día en que P. habló desde los balcones de la Casa Rosada, estábamos Angélica y yo solas en Villa Victoria. Pusimos la radio. Pero como el discurso se parecía (el comienzo) a los que tantas veces habíamos oído, dejé la radio puesta y salí a caminar por el jardín. Después de unos minutos volví, y fue la mujer del jardinero (que estaba oyendo el discurso en su radio y en su cuarto) quien vino corriendo a avisarme que habían estallado dos bombas. La despaché diciendo que se pasaba la vida imaginando cosas. Al principio no creí lo de las bombas. [...] El 8 de mayo, me disponía a trabajar por la mañana (me había quedado sola en casa, con los sirvientes) cuando me anunciaron que me quería ver el comisario (supe, más tarde, que me habían ido a buscar a San Isidro a las 3 de la mañana). La visita matutina de ese personaje me sorprendió sin alarmarme en lo más mínimo. Estaba a cien leguas de imaginar que venía a detenerme. Para no hacerlo esperar dije que lo hicieran pasar a mi cuarto y lo recibí allí (yo estaba en la cama). Entró seguido de un inspector y me dijo que tenía orden de allanar la casa. [...]

Luego me dijo el comisario que tenía orden de llevarme a la comisaría. Pregunté por qué. Me contestó que ésas eran las órdenes y nada más. En la comisaría un agente tomó mis impresiones digitales, y esperé. Esperé, esperé. Al fin me mandó a llamar a su despacho el comisario y me dijo que había telefoneado a Buenos Aires el resultado negativo del allanamiento, pero que me necesitaban urgentemente en la Capital y que allí me iba a mandar en compañía de un agente. Volví a casa con el comisario, para buscar una muda de ropas, y mi cepillo de dientes, etc.. (una valijita) y salí para Buenos Aires en el ómnibus, custodiada por un agente vestido de civil. Llegamos a Buenos Aires a las 12 p.m. (retardados por la neblina). En la comisaría de Orden Político me hicieron pasar a un escritorio donde se encontraba ya otra detenida (era mi antigua administradora de Sur, Nelly Saglio, afiliada al Partido Socialista, pero tan inocente, en materia de complot terrorista, como yo). Nos dijeron que estábamos incomunicadas y que no habláramos una con otra. Hasta las tres de la tarde me tuvieron sentada ahí, en una silla dura. Luego me llevaron a otro escritorio para ser interrogada. Me preguntaron si conocía a los presuntos ponedores de bombas, fulano, mengano, etc. Dije lo que era verdad: NO. [...] Volví al escritorio y allí esperamos de nuevo con Nelly otra hora y pico. Felizmente, mi familia se había enterado de mi paradero y me mandaron comida. Acabábamos de devorar unos sándwiches cuando vinieron a buscarnos a Nelly y a mí. Salimos de Orden Político acompañadas por dos vigilantes. Nos metieron en un camión celular y nos depositaron, sans autre forme de proces, en EL BUEN PASTOR, la cárcel de mujeres. Ahí pasé 26 días. Veía detrás de tres rejas, a mi familia más allegada (hermanas y sobrinos) una vez por semana. [...] Entre nosotras, las once mujeres que vivíamos juntas, había una gran solidaridad. Todas éramos UNA, menos la peronista M. Nos hizo la vida amarga, pero yo le tenía más lástima que odio. Lo cierto es que no sentía odio por nadie. Las miserias, las debilidades de la humanidad y también sus arranques de generosidad nunca se me aparecieron con tanta evidencia como en esos 26 días, y me alegra haber tenido oportunidad de vivirlos. Éstas no son palabras en el aire. Además nunca he sentido como en esos días lo que significa la camaradería en la desgracia y el calor de la ternura humana entre desconocidas. [...] Durante mis días de cárcel vino una vez a interrogarme un inspector. El interrogatorio consistió en preguntarme si conocía a X., Y., Z., etc. A algunos conocía, a otro no (de Mar del Plata se habían llevado la libreta donde tenía apuntados los números del teléfono de mis amigos y relaciones). Me interrogaron especialmente sobre mi hermana menor o más bien dicho sobre su marido y las relaciones del marido. Como yo ignoraba qué pasaba (aunque estaba segura de que ellos no estaban metidos en líos políticos) me resultó muy desagradable. [...] 26 días después de mi entrada a la cárcel se presentó una monja en nuestro dormitorio y dijo (ya estábamos acostadas) "O. en libertad por orden del ministro". La monja estaba contenta de traerme la noticia. Era una mujer poco inteligente pero de gran corazón. [...]


Ninguno de los telegramas o pedidos que mandaron los escritores del exterior fue publicado en ningún diario de la República. La reclamación de los mexicanos fue mencionada en La Prensa, sin dar nombres ni decir de qué se trataba y agregando que tal reclamación carecía de toda importancia y que otro diario de México declaraba que, desde hacía muchos años, yo era una espía del F.B.I. Hace tres días se publicó en La Prensa que por pedido de Gabriela Mistral se me había puesto en libertad, pero que se seguiría investigando mis infracciones a tales y cuales leyes y se seguiría el proceso. ¿De qué infracciones y de qué proceso hablan? Lo ignoro. Lo estarán inventando. Yo no he hecho nada fuera de ser antiperonista y de censurar à haute et inteligible voix la dictadura monstruosa que nos aplasta.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Exode







Exode (1)




“Je n'en ai pas besoin, le voyage est si long que je
devrai mourir de faim si je ne trouve rien en chemin.
Il n'y a pas de provisions qui puissent me sauver.
Par bonheur, cest un voyage vraiment immense.“

Joumal, février 1921,
Franz Kaflca


  Nous sommes perdus. Ce fut une longue journée de pluie qui nous rendit l'avancée dans les rues diflicile. Nous n'avions avec nous que quelques bagages, sauvés de nos tanières. Nous étions nombreux, mais l'histoire ne variait jamais: par où que nous commencions, les récits finissaient par se ressembler, de plus en plus, puis au mot près, à la ligne près.
  Je somnole de temps à autre et quand je me Réveille, j'ai envie de parler, sans savoir avec qui. J'ai des choses à confesser, mais l'état dans lequel je suis ne me permet pas de tenter davantage que quelques syllabes; je me sens empêché d'avoir d'autres pensées. Eux doivent être la proie de similaires restrictions. Nous souffrons de cela comme si la condition humaine ne nous concernait pas; tout ce qui se produit semble extérieur à nous, hors de notre contrôle.
Nous aurons beau nous appliquer à trouver une explication supérieure à celle que nous avons, c'est un autre sujet, et rien de ce que nous essaierons ne changera la vérité. Au fond de nous, nous savons que si cette justification ne résidait pas dans les livres, nous l'avions au moins entendue lors d'une représentation théâtrale, vue dans un film ou lue sur un communiqué de presse.
  Nous n"avons pas encore eu Fopportunité de débattre de la manière dont elle émergea, sur ce qui généra cette scène, mais nous sentons que des heures, il y en aura plus qu'assez pour délibérer sur ces questions. Ce n'est pourtant pas le moment; un jour viendra et nous serons moins nombreux. Les mois froids, avec le vent qui nous glace le nez et cette nourriture qui nous donne le hoquet feront le reste, sans que notre volonté torde la fatalité sur laquelle glisse aujourd'hui notre existence.

  J'eternuai toute l'après-midi, d'autres autour de moi aussi. Étrangement, sans nous connaître, nous nous saluions avec affection; des chiens qui remuent la queue sur un terrain vague, qui repoussent le danger et se couchent les uns contre les autres pour conserver la chaleur. Est-ce cette immense afiction qui nous incite à tisser des liens avec des inconnus?


  À I'avenir, si nous relevons le front, ce ne sera plus par fierté, ni à cause de vieilles habitudes. Peut-être à partir de demain, transformerons-nous ce passé, ses symboles et ses gestes, et le souvenir d'aujourd'hui ne sera-t-il qu'un souvenir de plus. Nous aurions dû nous être préparés à cela. Ce qui arriva, nous le pressentions depuis des années; les magazines et les journaux annonçaient les changements, nous les entendions, nous avions le loisir de nous en faire une idée, mais nous espérions que ce funeste destin se diluerait, telle de la liqueur dans le sang.
  Maintenant, il est trop tard. En réalité, il était trop tard dès le moment où la télévision fit son apparition. Avec elle, le temps se précipita, le chemin conduisit droit vers un vaste précipice. Je l'avais annoncé lors d'une réunion entre amis. Elles, elles n`étaient pas là, elles étaient restées chez elles, près du feu; elles avaient des livres, leurs propres livres, des cahiers, des notes. Elles avaient eommencé à lire bien longtemps auparavant. Après les journées de travail, certes elles s`allongeaient toujours auprès de nous pour se reposer, mais elles ne serraient plus nos corps dans leurs bras comme autrefois.


  Peu significatif est ce récit; il s'agit surtout de parler de l'hier, d'une succession de faits qui se sont déclenchés et de ceux dont le retour à un point où une telle situation était inimaginable. Elles nous ont jetés dehors, l'une après l'autre, elles nous ont expulsés de leurs foyers. Elles ne supportaient plus nos mots, nos cris, notre mauvaise humeur, ells ne supportaicnt plus ces habitudes qui, un jour, nous avaient hissés au rang de majesté. Elles ont gardé ce qui était à tous les deux. À présent, nous cherchons un asile. Leurs ls partent à nos côtés. Elles craignirent qu'en grandissant, ils deviennent comme nous et, pour éviter cela, elles les ont contraints à aller auprès de leurs pères, de leurs frères aînés, des grands-pères, qui restèrent, tous ceux qui demeurent cachés dans une chambre étroite. Elles les ont éloignés d'elles. Nous ne considérons pas que cela soit correct, mais nous devons le respecter; elles ont le pouvoir, et elles n'hésitent pas à en user, elles n'ont jamais hésité avant.


Palerme, Janvier 1994 


(1) Traduction de l’espagnol (Argentine): Anaïs Thomas et Meghan Ace (Université de Poitiers)




lunes, 24 de noviembre de 2014

Y la fama es puro cuento



Primera Parte
del Ensayo 
que integra
el volumen
Homenaje a
Marco Denevi

Escribe:
Héctor Alvarez Castillo



  “Por ello, nada debemos procurar tanto como no seguir, a modo de ovejas, el rebaño que va delante, yendo no a donde no hay que ir sino donde van todos. Y en verdad, nada nos enreda en mayores males que el atenernos a los rumores, en la creencia de que lo mejor es lo aceptado por consentimientos de muchos, y el seguir los ejemplos más numerosos, siguiéndonos, no por la razón, sino por la imitación de los demás”

Séneca
“A Galión. No debe seguirse la opinión ajena”


I

  Una mañana de domingo, quizá en mi primer verano como vecino de Sáenz Peña, salí de mi casa recorriendo el barrio. Terminé de hacer las compras en una panadería a la que aún sigo yendo, en la esquina de Avenida América y Mosconi, la antigua panadería ahora denominada: Swiss. Doblé por Mosconi hacia Pastorino, despreocupado. Por el sol quizá tomé por la vereda contraria a la de mi casa, que está sobre la misma Pastorino, tres cuadras más adelante. Recuerdo aún que no iba pensando en nada de importancia. Y de pronto atiné a leer una inscripción labrada sobre una placa de cerámica policromada, en el frente de una casa de dos plantas, con una puerta de madera trabajada y corredores de pasto hacia ambos márgenes de la construcción, que se ubicaba en el centro del terreno. Una inscripción que me sacudió. Sentí la emoción de un niño, la conmoción íntima y profunda que nos trasmiten pocas experiencias en la madurez. En la placa decía, simplemente: “En este solar nació y vivió el escritor Marco Denevi”, y debajo aparecía la silueta enmarcada del escritor.
 
Me quedé por instantes contemplando la casa con un atisbo de alegría y veneración. Deseaba con mis ojos recorrer los cuartos, ver aquello que se niega a la vista. Ahí se había escrito Rosaura a las diez, ahí se habían escrito: Ceremonia secreta, Falsificaciones, El emperador de la China y otros cuentos. Entre esas paredes, en ese jardín, en esas baldosas gastadas, ahí, ahí mismo, había vivido y creado Marco Denevi, y yo pasaba por ese solar despreocupadamente, con una bolsa de compras llevando el pan del mediodía, hasta que me sacudió ese descubrimiento fortuito. Me quedé contemplando la casa. No tengo práctica ni creencias religiosas, pero ese sitio se acercaba a lo sagrado. Esa casa, esa construcción –que se me hizo bellísima y única– no era una casa más en el barrio. Era la casa privilegiada, a la que ninguna podría jamás acercarse en valor ni sentimiento.


  Mis dos hijos varones eran pequeños en esos años, pero recuerdo que cuando regresé a mi hogar comenté emocionado esa vivencia, y luego con orgullo y fascinación lo relaté a mis amigos en más de una ocasión. Aún hoy, cada vez que paso por esa vereda o miro desde la esquina, mantengo en mí la misma admiración hacia ese templo laico que me regaló este pueblo de Sáenz Peña.



domingo, 23 de noviembre de 2014

Crónica del hombre temporal






Un cuento de

Juan José Delaney 



Aunque en nueve meses se puede construir una vida humana, setenta años necesitó ese individuo para llegar a la inevitable cuestión relacionada con su origen y fin. Tirado en una cama, las muchas lecturas que en otros tiempos un poco lo habían iluminado contribuían ahora a que se viera envuelto en planteos que convivían con pesadillas y noches de tormento. Lo que sentía era la implacable desesperación que se experimenta cuando lo finito no puede abarcar lo infinito. En tal situación, no pocas veces se soñó en el desierto, pensando: si tengo sed es porque existe el agua. 
Lo internaron.
Las dos primeras semanas los galenos sucumbieron en su tentativa por dar con el nombre del mal que le impedía desplazarse, animar una conversación, contribuir, en fin, a la gran tragicomedia.
El amplio pabellón y sus moradores, le eran ajenos. Sus ojos, sin embargo, parecían querer comunicarse mediante un lenguaje aún no del todo divulgado.
Cierta noche de verano su aparente indolencia cedió a la furiosa tormenta que se desarrollaba en zonas secretas de su ser: “¡Eso, que lo crucifiquen! –bramó– ¡Que lo crucifiquen!”. Otras voces despertaron: “¿Quién es?”, “¿Qué pasa?”, “Es el viejo”, “¡Que vengan los enfermeros!”. Y mientras un hombre de blanco le aplicaba una inyección, el hombre disfrutó viendo a Jesús cargando el madero, rumbo al Gólgota.
No muchas noches después, y aunque pocos lo sabían, acompañado de una mujer, el hombre asistía al estreno de una obra cuyos versos esenciales aseguran que toda la vida es sueño… y los sueños, sueños son. Al tiempo que los españoles de 1635 aplaudían a don Pedro Calderón de la Barca, empezó él a revolcarse en la cama profiriendo gritos alucinantes motivados por lo que acababa de presenciar y escuchar. “Dejen dormir” –gritó el de la última fila. “Es de nuevo el viejo”, “Que se lo lleven, está loco”. Otro calmante y enérgicas incitaciones al silencio reestablecieron la aparente paz.
Morían los días y con ellos la esperanza de superar el síndrome. Mientras, él vagaba por geografías remotas, pronunciando palabras incomprensibles.
Gente diversa solía ir a visitarlo y él –desde su prisión espacio-temporal– los despachaba con impasible mirada y alguna que otra seña carente de sentido. Una vez, durante el curso de una tarde especialmente calurosa, pareció indicar a sus ocasionales visitantes que cerraran las ventanas porque él sentía un frío insoportable. Sus compañeros de travesía también, pero hacían lo indecible para enfrentarlo porque desfallecer equivaldría a traicionar el orgullo de Francia que ahora, a las órdenes del enorme Napoleón, invadía territorio ruso. Ya se habían ido las visitas cuando el de la cama de al lado sintió el crujir de los dientes y se levantó para cubrirlo con una manta.

El primero en darse cuenta fue el de enfrente. Vio en el piso algo así como hojas semitransparentes que bailaban animadas por la corriente de aire que atravesaba de punta a punta el descomunal dormitorio. Mirándolas bien, parecían las sucesivas cáscaras de una cebolla. Ese mismo paciente vio al viejo cuando se acomodaba en la cama y advirtió, entonces, el brazo casi en carne viva. “¡Se le está cayendo la piel, se le está! ¡Llamen al dotor, al dotor!” –exclamó.
Alguien de blanco decidió el traslado. Mientras eso ocurría, el hombre atenuó su dolor con la certeza de que, bajo el mando del entrerriano, había contribuido a la destrucción de Juan Manuel de Rosas y su horda. 
La última noche (la primera) fue la más intensa. Descontrolado el asunto de la piel, se encontró amarrado a un poste inserto en medio de un mar cuyos límites se asomaban al infinito. Una balsa se le acercaba desde hacía muchísimos años, estimó. Pudo distinguir entre los náufragos caras más o menos conocidas para él: sus amigos, algún pariente, sus hermanos, acaso sus padres, todos los cuales, fluctuantes, se convertían en desconocidos. El color del mar era rojo y contrastaba con la amplitud del cielo amarillo. Aquellos navegantes silenciosos se arrimaron para desatarle las ataduras. Libre, advirtió que la oscuridad ganaba la escena y que su vestimenta se desintegraba; inmediatamente lo mismo ocurrió con su piel, sus vísceras y órganos… No percibió el rutinario trabajo de las enfermeras que cubrían los restos de un anciano de perpleja mirada por quien se ruega no enviar flores.