viernes, 8 de marzo de 2013

La soledad del artista

          Hace largo tiempo, en una aldea cercana al mar, vivía un solitario que gozaba de sus horas libres cultivando un pequeño jardín hecho de rosas. Rosas blancas y violetas, rosas rojas, lilas y vivaces, eran la ocupación a la que otorgaba el sentido de la vida.



            Cuando la llovizna caía sobre las flores o el sol picaba la piel con intensidad, él tomaba la guitarra y recordaba antiguas canciones alegres al tiempo que melancólicas, y al día siguiente retornaba a su afán. Uno a uno armaba los ramilletes que enviaba a los habitantes del pueblo. Todos recibían sus flores, pero eran pocos los que alguna vez comentaban las ofrendas. Nunca se decía nada acerca de la belleza que esas flores exhibían.




            «¡Me han llegado rosas, también les han llegado a mi sobrina, al abuelo!»

            No se oía más que esto; sin embargo el jardinero, por muchos años, hasta el día en que se despidió, continúo con su tarea.





Sáenz Peña, septiembre de 2004

domingo, 3 de marzo de 2013

Serás mi alimento


            Comenzaré comiéndote un brazo, seguiré por las piernas, los talones, seguiré por los dedos. Luego regresaré al cuerpo, a todo el húmedo cuerpo. No te dejaré los labios. Los labios serán míos. No te quedará nada. A la hora de la siesta, mi boca tomará tu cuello, tu cabello, tus ojos; tomará tus entrañas. Moleré tus dientes con mis dientes, tus huesos con mis huesos. Devoraré todo lo tuyo, lo que te pertenece, lo que ansío y se presagia inasible. Serás mi banquete; me daré el gusto de comerte, de sentirte bien dentro.


   Hay ocasiones en las que oigo a un pájaro cantar a lo lejos y no veo sus ojos ni adivino su sombra, esas veces me he preguntado: ¿Por qué deseo hacerlo? No conozco a ese pájaro, sólo oigo su canto. El canto de ese ave que me habla y no sé qué habla. Me lo he preguntado y me animo a decírmelo cuando vuelvo sobre ti y se agota el día sin que se agote el deseo.


            Deseo comerte para que siempre estés cerca, para tenerte de todas las formas, para que nunca más, ninguno de los dos, esté ni vuelva a estar solo. Para que siempre, siempre; por eso deseo comerte. Y para que sigamos juntos, de una manera a la que aspiro y no sé si tiene nombre, a la que aspiro y no sé si es verdad, por eso deseo comerte, por eso puedo irme para siempre, porque no sé lo que sucede, porque apenas lo entiendo, porque te he probado, porque mi paladar sabe del sabor de tu carne, de la furia de tus besos, de lo suave de tu cuerpo. Por eso y lo que callo, voy a comerte.

Villa Urquiza, enero de 2005



sábado, 2 de marzo de 2013

Otros nombres en la colina


El goteo incesante de almas.
Cuatro troncos de árboles vivos, mojados con violencia, se alzan a metros de donde estoy. La lluvia se derrama excesiva.
            Un rumor no cesa alrededor. El cachorro está a mi lado. Respira con pausas y luego bosteza.
            No se detiene, la fuga de almas no se detiene.
            Macetas inundadas ahogan plantas a su guarda. Y sube el color intenso de la cerámica hasta un marrón naranja encendido.

            Esa mujer que vi, destinada a caminos que no descifraré ni conozco, me comunicó sobre los árboles y sobre el agua un saber que no tenía.

            Una mano delicada, a trazos de artista, borra en nuestro descuido y silencio las formas de los otros. Un día nuestro contorno también es suprimido.




Villa Devoto, noviembre de 2009

viernes, 8 de febrero de 2013

Luz, cámara, acción


Por Héctor Alvarez Castillo
  
Leí que los miembros de los pueblos primitivos temen que les roben el alma. Recordemos que Fausto y algunos de sus imitadores la han entregado voluntariamente; si bien, y no es dato menor, al momento de la elección gozaron de un esbozo de libertad. El inconveniente con los aborígenes de nuestra América o con los negros del África es que ellos saben que no tienen ni tendrán derecho a la elección. Están por debajo de esa consideración tan propia de las democracias. Alguien les roba el alma, la toma y se la lleva lejos, y ellos –los pueblos primitivos– jamás vuelven a saber nada acerca de su propio interior. Se quedan con lo externo, como una cáscara, y se habitúan (ellos mismos) a verse desde afuera y a deambular en el mundo como una proyección.
            De ahí el temor rotundo al poder de la cámara, al clic de la fotografía. Sospechan que no sólo se captura la imagen, sino que junto a la imagen va el alma. Terror semejante los azota ante los espejos. Aunque en esas experiencias han aprendido que con un leve movimiento pueden hacerse a un lado y restarle dominio a esa magia.

Leo, leí, que nuestros suspicaces y astutos políticos-gobernantes –tanto de naciones vecinas como lejanas– también saben del poder de la cámara. Ridiculizan, mirando hacia un costado, a los primitivos, pero en la intimidad, entre sus secuaces –llámense colaboradores– reconocen el don de la imagen. Es por eso que desesperan por la obtención de una foto. Si huelen que alguien está un escalón más alto, se desesperan por una instantánea, aunque meses después es probable que deban alimentar una fogata con ese recuerdo. No interesa su prontuario, (disculpen el exabrupto), su curriculum. Son capaces de pagar por ella. Y ocultan la paga como Judas ocultó sus denarios. Y a su vez –la pirámide es de ida y vuelta– cobran cara su propia imagen cuando es a ellos a los que, otros escaladores, les ruegan el favor.


            Fotos, fotos, fotografías, con éste o con aquél, concitan la gracia, alzan las encuestas y, por magia, trastornan la realidad. Pero nunca la transfiguran. El hombre –más que la mujer (ahora también la mujer)– es prisionero de la imagen. La imagen es concebida como el argumento que da consistencia al discurso vacío de sentido. La foto revelada es la verdad revelada.

            No demos vueltas –ahora que lo aceptamos– nadie regala su imagen. En la foto está el alma. Y ellos lo saben, como lo intuían desde el comienzo de los tiempos nuestros humildes primitivos. En sus discursos se elevan altas creaciones de la sofística y la retórica, pero una foto abre puertas que sólo la llave del misterio conoce. Tapas de diarios, noticieros, reportajes, un huracán de posibilidades nace de una foto. Antecedentes, citas, agendas, son sólo palabras emparentadas a una oportuna fotografía. Y siempre va el alma en ellas.

 
Sáenz Peña, julio de 2008
Del libro "Naif. Del Juego a la Literatura"
Alvarez Castillo Editor, Buenos Aires, Argentina, 2013
Editoriale Giorni, Roma, Italia, 2013. Edición bilingue italiano/español, a cargo de Marcela Filippi Plaza

martes, 15 de mayo de 2012

Teatro a toda hora




Escribe: Héctor Alvarez Castillo

Flores.– El pueblo junto viene.”
Fuenteovejuna, Acto III, Escena V; Lope de Vega

A veces me preguntó cómo se dio esa cosa loca del teatro en Buenos Aires, esa explosión de obras, obras y más obras, desparramadas por toda su geografía, y hago pie en la coyuntura del año 2001. Con la crisis y una clase política que carecía de respuestas, en la población se generó una reacción genuina que buscaba caminos donde canalizarse. Aparecieron los cacerolazos y con ellos las asambleas barriales. Éstas se dieron en plazas, locales abandonados, en cualquier medio propicio. Los vecinos que no sabían de la existencia del otro, lo conocían y aprendían de una realidad política que los contenía a todos. El Apocalipsis cedió ante espacios culturales que se mostraban pujantes, creativos. Y cuando cierta normalidad fue asomándose en el horizonte, comenzaron a oírse nombres de jóvenes cineastas, de directores, de compañías artísticas que se autogestionaban. Los recitales de poesía se instalaron con un vigor nuevo; los músicos callejeros, los actores a la gorra, se hicieron parte del paisaje urbano.



  Socialmente se dio un fenómeno que solicitaba que el arte diera cuenta de él, y en esas expresiones el arte debía enunciar su presente. Por lo que ahora observo, éste no se hizo a un lado, no anduvo distraído. La sociedad civil tomó el espacio y en él se gestaron nuevas formas de relación, se recuperó un tejido social agrietado desde el Proceso militar y el Proceso menenista. Y el teatro fue uno de los beneficiados de este movimiento que explotó, con mayor virulencia, en Buenos Aires. Estas manifestaciones no respondieron a una directiva, no fueron conscientes. Lo que ocurrió fue espontáneo. Fue parte de nosotros.

  Actualmente, no hay quien pueda ver más que una ínfima muestra de las obras que, simultáneamente, están en cartel. El circuito underground –que convive con las salas del estado y con las tradicionales– se mueve, con preferencia, en algunos barrios, pero no se limita a ninguno. La dinámica hace que el fenómeno esté diseminado en toda la ciudad.
  Los festivales de cine –el BAFICI, en especial– y encuentros como el reciente Festival Internacional de Teatro, son emergentes de aquello, al tiempo que contribuyen a que este entusiasmo se mantenga. La sociedad tuvo la necesidad de expresarse y fue natural que lo hiciera en distintos ámbitos, y el arte, ese día, estuvo ahí.


jueves, 3 de mayo de 2012

Y Hegel ¿dónde está?


Escribe: Héctor Alvarez Castillo

“… la lechuza de Minerva inicia su vuelo al caer del crepúsculo.”

Prólogo “Filosofía del derecho”, Hegel


De las historias que me han llegado pocas me impresionaron tan gratamente como el relato de que mientras ocurre la batalla de Jena –que decidirá, en 1806, el dominio de Napoleón sobre Prusia– Hegel se mantiene entregado a la escritura de las páginas finales de “La fenomenología del espíritu”. El filósofo reside en la ciudad, está a kilómetros de donde suceden los hechos, y persiste en su tarea especulativa. Esa capacidad de abstracción, al tiempo que de comprensión de lo histórico, siempre atrajeron mi atención sobre Hegel, y más en estos días, plenos de agitaciones sociales desparramadas por todo el orbe.

La derrota ante las fuerzas napoleónicas sobre el anticuado ejército prusiano, significa para el filósofo la realización del espíritu absoluto en la figura del emperador francés. Y en esas tribulaciones, nuestro filósofo, impertérrito, permanece concentrado en la escritura de la que será una de sus obras esenciales. Al abandonar la convulsionada Jena, se llevará consigo el manuscrito y dejará atrás, en su itinerario, al que era uno de los primeros centros intelectuales de habla alemana. El mundo se ha sacudido ante sus ojos. Ya en 1807, instalado en el reino de Baviera, declara que sigue con interés los acontecimientos que se dan en él.

Nosotros no estamos ni partimos de Jena. Estamos en España, en Wall Street, en Oriente, estamos en esta aldea que hoy se ha dado en denominar global. Y sentimos que nos faltan interpretaciones originales y genuinas para adentrarnos en la terra incognita que percibimos a través de las diversas protestas diseminadas por todo el mundo. Y debido a la alta diversidad en la naturaleza de estas expresiones sociales, a su carácter heterogéneo, nos urge más de una lámpara para que eche luz sobre lo que está ocurriendo. Actualmente sólo recibimos de parte de los entendidos balbuceos e intentos de compresión, que no son más que guías transitorias, corregidas según las últimas noticias.


En la metáfora usada por Hegel, le lechuza, el símbolo griego de la sabiduría, el numen de Palas Atenea, inicia su vuelo al caer del crepúsculo, cuando: “un aspecto de la vida ha envejecido y en la penumbra no se la puede rejuvenecer, sino sólo reconocer.” Falta tiempo para que hagamos la digestión del presente. Nuestras sociedades parecen estar probando el cordero bocado a bocado, llevadas por su ritmo, y puede que los platos servidos sean de lenta asimilación.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Sobre Buenos Aires, Capital del Libro

Escribe:

Héctor Alvarez Castillo



"Un libro, cualquier libro, es para nosotros un objeto sagrado”

Del culto de los libros, Jorge Luis Borges


Percibo que nuestra sociedad se ha ido acostumbrando a celebraciones que tienen más de pompa y circunstancia, que de sincero y genuino homenaje a lo que se figura motivo de la cita. Esto se debe a que los oficiantes de lo público proyectan, desde los organismos del estado, distintas estrategias hacia un fenómeno que les resulta ajeno. Lo que se produce llega como gesto de disculpa social o de una reparación pasajera, más que como acto emanado de una generosa política cultural.

Al Libro, símbolo y sostén del conocimiento, lo vinculamos, por instinto, a la Literatura, más allá de que sea vehículo de todo lo que concierne al ser humano. Y cuando surgen esos enunciados grandilocuentes de “Capital Mundial”, a nuestro convidado le aparecen acompañantes y festejos, que intentan despertar en los ciudadanos una atención adormecida o inexistente. Se habla de escritores, de títulos de obras, se citan versos, párrafos. Pero al Libro: ¿esto le sirve de algo, tiene alguna relación con él, o sólo es propaganda para unos y beneficio material para otros?

Buenos Aires desde las páginas de más de una obra literaria, así como sus calles, sus bares, los seres que viven y han vivido en ella, goza y comparte otro origen y naturaleza. Ese ruido de eventos e inauguraciones, nacidos de una concepción fashion y publicitaria, no rozan al libro ni a su creación y su lectura. Juvenilia de Miguel Cané, La gran aldea de Lucio López, Misteriosa Buenos Aires de Mujica Lainez, los cuentos de Cortázar, los poemas de Borges, saben de lo que hablo. Cuando el 2011 concluya nada se habrá agregado a lo que era del libro en esta ciudad, salvo por la obra y el apego de aquellos porteños que, constantemente, frecuentan ese objeto sagrado, fuera de la atención de los calendarios.